Texto de Noelia Gómez Mira, asociada de la AEPD Granada.
El periodismo es una profesión bonita y maravillosa, pero también dura y desagradecida. Todo a partes iguales. Es una profesión que te da mucho, tanto que a veces es hasta inexplicable, sobre todo cuando tienes que decírselo a aquellos que son ajenos a ella. Pero luego todo eso que te ha dado te lo quita de un plumazo, sin previo aviso, sin merecerlo y sin remordimiento alguno…
Cuando estaba en los últimos años de instituto leí que tras seis años en activo, La Opinión de Granada cerraba. Ese día me planteé seriamente si dedicarme o no al periodismo, pero al final decidí continuar con esa (descabellada para muchos) idea. Nada más empezar la Universidad, me llegaba otra noticia similar: despidos y ERE en Grupo Joly, por lo que media plantilla de la cabecera granadina -junto a las de otras provincias- se reducía. Después he visto cómo grandes medios como El Mundo, El País o A3 Media iban cerrando sus delegaciones; cómo eran despedidos profesionales de Cadena Cope, La Ser y demás medios. A principios de este año leía que seis profesionales eran despedidos de ABC Sevilla, y el martes vi cómo cuatro compañeros eran obligados a dejar el lugar al que desde hace casi 15 años han dedicado su vida. Esta vez les ha tocado a ellos pero, como digo, no son los únicos, porque así está siendo el día a día del periodismo desde hace tiempo.
Llevo tiempo buscando una explicación, una justificación de algo a lo que por más que lo intento no puedo dársela. Y no puedo porque le doy vueltas a lo mismo, a “por qué el periodismo es así de injusto y miserable”, cuando el problema no es ese, sino que va más allá. El problema viene de la desvirtuación de una profesión que ha sido utilizada para enriquecer a empresarios y personas que solo entienden de números en vez de emplearse para lo que realmente existe: para informar.
Cada día vemos como titulares lanzados para conseguir el clickbait son más importantes que el que te dice que a la vecina de en frente la han echado de casa; que en tu ciudad van a subir los impuestos; que tu Ayuntamiento va a crear 60 puestos de empleo que a lo mejor hacen que tu hermano, que está en paro, pueda volver a tener trabajo… Todo esto da igual.
Es más importante hacer caer a la gente con un titular de “No te imaginas el terror que han vivido estos vecinos” y que el texto (que no noticia ni información) hable sobre un supuesto ovni que volaba sobre un barrio de un pueblo de vete a saber dónde. Porque eso da clicks y las visitas hacen que engorden los datos de audiencia (o lectores) y se le puede sacar más dinero al anunciante de turno. Así los números son buenos aunque la información (jajajaja ¿informaqué?) de esa pieza sea una basura.
Hemos llegado a un punto en el que da igual la calidad de una noticia, casi si me apuran da igual hasta el contenido, porque lo importante no es eso. Lo que ahora prima es que esa ‘noticia’ te de 20 en vez de 15 a la hora de ingresar dinero. Y no, eso no es periodismo.
Hemos pasado un límite en el que los profesionales en muchas ocasiones asumimos un contrato indigno, unas condiciones deleznables y un salario (¿se le puede llamar así?) de vergüenza para poder dedicarnos a la profesión que tanto amamos. Lo aceptamos y nos callamos, mientras damos voz a otros colectivos que tienen unas condiciones similares a las nuestras pero que sí son capaces de luchar y reivindicar lo que creen que es justo. Eso es una pena. Viene a ser como el marido que maltrata a su mujer (o viceversa) y ella sigue con él porque “lo quiere” mientras se va consumiendo en sí misma hasta que un día ya no se pueda hacer nada.
Quizá haya sonado duro o quizá no, pero es así. Lo que realmente tengo claro es que este maltrato al periodismo hay que pararlo, y eso sí debe sonar bien fuerte por parte de todos: de los que estuvieron, de los que estamos y de los que estarán mañana dedicándose a esto. Está en nuestra mano, en nuestra voz o en nuestra imagen cambiarlo. Porque no se debe olvidar que el periodismo nació para informar y formar, pero de una forma digna y así debería volver a ser. Porque si nosotros no lo contamos, nadie se entera, porque “sin periodistas no hay periodismo, y sin periodismo no hay democracia”.