El infierno en forma de sampietrini

El infierno en forma de sampietrini

Texto de Juan José Medina, asociado de la AEPD Granada

De los periodistas deportivos se dice que no hacemos deporte y nos critican porque no sabemos, o que no hacemos pero lo hicimos y ahora rajamos porque “de esto sé porque jugué”. Luego están los que hacemos deporte, o creemos que lo hacemos . Algunos se lo toman en serio, como si creyeran que así entienden a su entrevistado, aunque realmente es que todos seríamos más bien estrellas millonarias frustradas. Es entonces cuando nos flipamos, tanto como para ir a Roma a correr una Media Maratón y contarla desde dentro… Aunque esté asociado haya llegado a más de una hora del keniata que la ganó.

Del Violón al Circo Massimo

No dejó pasar ni una semana para devolvérmela. “No procrastines más”. De pronunciar aquellas palabras a mirar a mi izquierda y ver a la culpable, a Elvira, otra vez, peleándose con sus cascos. Pero esta vez no era el Paseo del Violón, sino la Via del Circo Massimo. Roma por Granada. Al lado no estaba Pablo, pero sí Ana, que no sabía qué hacer con la térmica. La dejó por ahí. Como por ahí andaba Cris, nada menos que en el front row de los de dorsal azul. Alzo la mirada y giro la cabeza a la derecha. Tampoco ahora era el Palacio de Congresos, era el Monte Palatino y sus restos. Esta vez, salimos perdiendo en la comparativa.

A Cris la perdimos pronto. No podía controlar sus piernas y ya en Via di San Gregorio empezó a trotar. La seguí como pude bajo las copas de esos típicos y evocadores pinos romanos, de tronco erguido y descarnado pero de copa frondosa, y sobre los mismos adoquines que vieron campeonar descalzo a Abebe Bikila en la maratón olímpica de 1960.
La città eterna despertaba dejando atrás sus luces, esas que alumbran sus fachadas, sus piedras y sus calles mostrando solo lo justito de su belleza. Sugiriendo, como el encaje que asoma tras una blusa. La salida se hizo esperar tanto que Cris ya iría camino del 2 cuando Elvira, Ana y yo empezamos a trotar. En el fondo corrí creyendo que la alcanzaría en algún momento, confiando en sus palabras. “Yo voy a ir parando haciendo fotos”. No lo hizo. Llegó a meta diez minutos antes que yo. Como bien le dije todo el fin de semana, es como los estudiantes que dicen que van a suspender y luego sacan matrícula.

Instantes antes de tomar la salida

Instantes antes de tomar la salida

Para que luego Elvira no se pase medio año recordándome que la dejé tirada nada más salir en la Media de Granada, esta vez quise ir con ella y Ana al principio. Al segundo ya les dije que le iba a dar a la pata aunque no era fácil: demasiado tráfico. Muchos corredores, casi los mismos empujones y aprender a decir perdón en al menos cinco idiomas diferentes. Porque sí, el 66% de los inscritos eran de fuera de Italia: desde Alemania a Noruega pasando por Líbano o Corea.

En esos momentos casi nadie se coscaba de dónde estaba. Yo sí, por eso miré para arriba para ver el Giardino degli Arancini.

El hindú

En cada carrera hay un atleta al que no te quitas nunca de vista. En Granada fue el tío descalzo que me ganó. En Roma, el hindú con vaqueros, polo de vestir y la bolsa de plástico transparente que daban al recoger el dorsal. Lo adelantamos en Marmorata, pero en Galvani otra vez lo vi por delante. “Pero va acompañando a alguien, ¿no?”, buscó Ana una explicación a lo que veía.
En la desesperante Via Ostiense diviso por delante la inconfundible camiseta del Málaga CF. Justo cuando la voy a adelantar suelto un “increípla, incualificapla”, a lo que completó el portador diciendo “indescriptipla”. Sí, habíamos repetido la narración en catalán del gol de Antoñito Cordero que les dio el ascenso Segunda en Tarragona ante el Nàstic. “Estamos de Erasmus y anoche nos calentamos para correr”, me contó. Efectivamente, él y otros dos colegas, iban sin dorsal. Otro con la camiseta del Barça, subía la apuesta: “Y yo vengo de empalme”.

Veo por fuera y me impresiona, porque no la conocía, San Paolo Fuori le Mura. Ya en ese momento mi vejiga me estaba dando la tabarra. Es automático: en el kilómetro 3-4 hay que parar, con lo que eso baja el ritmo. Trato de recuperar ya de regreso por Ostiense. Vuelvo a adelantar al hindú de los vaqueros poco después de pasar el caótico refresco del 5, lo peor de toda la organización.

El 6 en Porta San Paolo y empieza lo que me va, una cuestarraca, la de Via Porta Ardeatina, un paseo donde las murallas Aurelianas y los árboles se te echan, literalmente, encima. Entre esa subida y las Termas de Caracalla adelanto muchos puestos, a pesar de que la avenida es muy estrecha. Todo está verde refulgente. Los pinos, el césped. Un ruso corre con una GoPro en la cabeza y le hago un gesto para su directo. Lo emitía por TikTok, llegué a entenderle en un inglés con acento muy marcado.

Junto a las bolsas de plástico, como la del hindú

Junto a las bolsas de plástico, como la del hindú

San Pietro

Si San Pedro murió entre terribles sufrimientos, no es casualidad que el empedrado típico de las calles romanas reciba el nombre sampietrini. Correr sobre él es el verdadero martirio. Vamos, mil veces mejor correr sobre un empedrao albaicinero. El infierno se manifestó en el kilómetro 10, en Via dei Cerchi, la del otro lado de la salida en el Circo Máximo. ¡Qué lucha! Entre el dolor de pies, hacer malabares para sacar el gel sin que se cayeran las tarjetas y uno de los cascos que tenía guardado, vaya mal rato.

El repechito de San Nicola in Carcere y a correr por los Lungotevere: de’ Cenci, Vallati, Tebaldi, Sangallo, Fiorentini, degli Altoviti y Tor di Nona (me encanta el nombre de este). Vamos, todos desde la Isola Tiberina hasta el Palacio de Justicia, cubierto, como toda Roma, bajo andamios y lonas. Ahora querrán limpiar la ciudad de cara al Jubileo cuando no lo ha estado en siglos…

Sí que empieza a haber más público por las calles. Se mezclan turistas con familiares y amigos de los atletas, con el típico vagabundo al que le da igual todo cruzando por medio de la carrera. En esto no se distinguían de los que iban a misa. En Sevilla van en chándal comparado con los romanos. Il costume di domenica.

Ángeles y demonios

Por San Pietro no se pasa, pero la cúpula está ahí presente. Entre los árboles la vas intuyendo. No quieres mirar, pero sabes que ella lo hace desde su atalaya, altiva, imponente. Cuando la dejas a tu espalda, es el Castel Sant’Angelo quien se te aparece como un gigante. Fue mi foto mental de la carrera: un sol tímido sobre el ponte d’Umberto I mirando la creación de Michelangelo y una pequeña corredora de rasgos asiáticos corriendo sin contemplar la maravilla de la Roma que si sveglia.

Rodeo Piazza Cavour corriendo. Solo la conozco de esa forma. La única vez que la pisé fue así con tal de no perder un bus con Rosita en una noche de niebla casi londinense, frío que calaba hasta el tuétano, para llegar a una discoteca junto al Stadio Olimpico.

Y no fue la única crisis en Prati. Subiendo por Cicerone se me bajó el volumen de los cascos y no pude remontarlos, con lo que me quedaba sin referencias más allá de ir mirando el reloj, un coñazo. De nuevo al otro lado del Tíber se tarda poco en alcanzar Via del Corso, el índice del Tridente del Centro Storico. Ya se ha pasado el 15 y queda el último tercio. Ni puñetera gracia me hace un Spiderman en mitad de la calle con un altavoz a toda leche como mochila. Tengo que cambiar el sentido y los pies protestan.

Piazza del Popolo era de todo menos ese lugar cálido de La Dolce Vita, cuando Marcello trata de escaparse con Maddalena. Entonces la carrera ya era una pelea contra el empedrado y los codazos, porque en Via del Babuino había que subirse a las aceras a riesgo de llevarse a alguna señora con andador y cardado o el maletón de algún turista chino, que siempre me he preguntado que para qué semejante cofre para cruzarte el planeta.
Sin atropellos, llegas a Piazza di Spagna, con sus escalinatas y Trinità dei Monti en todo lo alto. Y pasa lo que quizás solo pueda pasar en Roma: adelantar, justo delante de la bandera del Vaticano que pende de la embajada de España ante la Santa Sede, a un corredor con camiseta atirantada de San Lorenzo de Almagro, el equipo argentino del papa Bergoglio.

Ahora, el de las chanclas

Llega un bache como un autobús de grande en Via del Tritone que, para evitarlo, casi atropello a un señor con polo de la Lazio. Tampoco se perdía nada de haber sido así. El kilómetro 18 parece que no llega nunca.

Sí lo hace, otra vez, el hindú del vaquero. ¿Pero de dónde sale este tío a estas alturas? Le vuelvo a adelantar y por fin creo que no le vuelvo a ver en lo que queda de carrera. Eso espero. Por ego. No solo eso, sino que adelanto uno que va en chanclas. Por el sampietrino. Un pensamiento tóxico me invade: ¿cómo es que no he podido cogerlo hasta el 18?

En Monte Brianzo había que tener cuidado de no resbalar con las esponjas mojadas que daba la organización para refrescar no se sabe qué, porque eso se da más bien cuando va a hacer calor. Ahí yo ya pensaba en llegar como el que se come un cornetto al pistacchio a Piazza Navona, que se nos abrió con toda su majestuosidad, como si aún conservara el aura que le confirió el Stadio Domiziano. Kilómetro 19. Solo quedan dos pero en mi mapa mental de Roma parece que la meta queda más lejos que eso.

Corso Vittorio Emanuele II, Largo Argentina y Via del Plebiscito. Asfalta y llana. Me preparo para meta bajándome la braga de la cabeza al cuello sin parar de correr. Me quedo a ciegas y me choco con una argelina. “¿Serás gilipollas?”, me dije. Otros segunditos perdidos.

Podía dar más, pero es que las piernas me respondían lo justo. Más bien los pies, que noto vacíos de tanto cosquilleo. En Piazza Venezia, al dolor del empedrado se unen las obras del Metro y sus baches. La combo perfecta para comprender que el Altare della Patria, por muy grande que sea, es muy feo, como creen muchos más italianos de lo que lo admiten. Dolorosísimo todo.
Al llegar a Fori Imperiali, sobre el corazón del antiguo Imperio Romano, pensaba que iría menos rodeado de gente, pero aún hay muchos corredores. El Coliseo de alza al fondo y corres viendo uno de los mayores milagros del ser humano en la antigüedad. Un estadio como los de ahora, pero hecho siglos y siglos atrás. Sufro y no corro mejor, pero trato de honrar el suelo que piso.

Es ya último kilómetro. Se sube por Via Cavour 300 metros. Giro a la derecha y Via degli Anibaldi. Es el 21. Se ve la meta. Ya está ahí, va, va. El Coliseo aguarda al final de una subida diría que innecesaria a estas alturas. Saco el móvil para grabar los últimos metros pero no hay un milímetro de tejido de mi ropa que no esté sudado y el objetivo está empañado.

Veo el reloj de meta, que marca 2:20. No puede ser, iba marcando menos, cincos bajos de ritmo. Me fiaría de mi amado Strava. Piso el primer dispositivo de meta. Me paro. Me doy un beso en los dedos de la mano derecha, me agacho, y toco el suelo. Y el índice al cielo, por los que moran allí. Ya está. Se hizo. Y se queda para siempre.

Grazie, Roma

Me quedo unos segundos que no sé qué hacer, rodeado de miles de corredores. Estoy superado, abrumado. Solo sé que guardé los registros en el teléfono, pero miraba sin mirar. Roma es una ciudad que se echa de menos tras irse. Tras una carrera como esta, que recorre toda su historia, lo vivido va llegando como el resto de atletas: poco a poco.

Me encuentra Cris en mitad de mis pensamientos. De hecho no la vi, solo sé qué una sonrisa que despeja los días de nubes oscuras se me acercaba. Estaba emocionada por su 1:51, su mejor marca, pero más aún por haberse visto en la salida justo con la cinta delante. Como en la élite. Veinte minutos más tarde llegaron Elvira y Ana, aunque las encontramos casi de milagro entre la multitud. Al menos ya habíamos dado con Gema, que inteligentemente se quedó durmiendo en casa. Mantiene la filosofía que “correr es de cobardes”.

Esto me hace recordar que la primera vez en mi vida que corrí 10 kilómetros titulé aquella ‘gesta’ como correre per dimenticare. Qué de cosas han pasado desde entonces. Decenas de fotos, abrazos y anécdotas para un finde para el que mereció la pena todo el riesgo, las prisas y hasta hacer un periódico. Sin él no las hubiera conocido. Y créanme, son joyas, y dicen que las joyas son para siempre. Eternas. Come questa città. La Città Eterna.

El descanso tras la batalla

El descanso tras la batalla

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