Texto de Alejandro Morales, asociado de la AEPD Granada.
Como si de un meme del perfil de Twitter ‘MillenialsDescubren…’ se tratara, leo estos días con inusitado asombro por parte de numerosos periodistas jóvenes críticas feroces al portal Vavel, una vieja plataforma digital que se basa en ¡colaboraciones no remuneradas! para intentar, y digo intentar porque tengo la sensación de que no lo ha conseguido, posicionarse mínimamente en el espectro de medios digitales especializados en deporte y con audiencia suficiente para existir, ahora que, con la llegada de la nueva era de la humanidad, la de la interconexión global, cualquiera puede ser periodista y casi cualquier otra cosa apenas con un simple ordenador conectado a internet. No seré yo quien defienda a su creador y jefe, sobre todo porque nada sé de él, más allá de haber visto una foto suya y leer la patochada sin pies ni cabeza que ha escrito en redes con la intención de generar ruido y ganar adeptos, que es una de las mierdas aberrantes que están de moda ahora, según parece, en este invento.
Pero tampoco seré yo quien lo critique.
Yo, como todos los que se rasgan las vestiduras porque han escrito tropecientos artículos y no han visto un euro, después de no sé cuántas horas de dedicación y un sinfín de quedadas con amigos a las que no han podido ir, y cenas con la familia, o tardes de domingo sin copa, billar y dardos en el pub de la esquina… yo, digo, también soñé desde pequeño con ser periodista. Y también, seguro que como muchos de ellos, forjé mi afición a base de escuchar la radio, que en mi casa estaba puesta todo el día, o de leer los periódicos, muchos de ellos atrasados, que traía mi padre por la noche cuando volvía de trabajar. La forjé escuchando La Saga de los Porretas; y la Verbena de la Moncloa con Figuerola Ferretti y Javier Capitán, cuando estaba malo y no iba a la escuela. Y a Luis del Val, y a Iñaki. Y las madrugadas de Sergio Ramiro en verano, o las del enorme Roberto Sánchez en el Si amanece de la Ser. La forjé con La Noche de los Sabios de Canal Sur y con Hablar por Hablar (con Nierga, Mara Torres, Cristina Lasvignes…). Con Hora 25. Con Encarna Sánchez, claro, las tardes que mi madre planchaba. Y con Juan Antonio Cebrián y su Rosa de Los Vientos, al que siempre me reprocharé no haber conocido antes. Con La Media Vuelta de Nacho Lewin. Y con De la Morena, por supuesto, y sus guerras con García. Con El cine de lo que yo te diga o con Manolo Molés y el maestro Antoñete. Con Joaquín Durán cuando hacía el Carrusel y luego La Jugada, o Martín Valbuena, Paco González… Con Alcalá. Con Pepe Domingo. Con Fernando Echevarría y David Miner… Y con Javier Tortosa, Antonio Rodríguez, Agustín Martínez, Antonio Barragán, Fernandito Díaz de la Guardia, Pedro Lara, Javier Palma… Con todos esos y con muchos más. Y de todo lo que he dicho hasta ahora, por nada me pagaban. ¡Acabáramos! Pero yo ya me estaba haciendo periodista.
Siempre defiendo que, de todo lo que ha contribuido a que ahora me dedique a aquello que soñé, lo de menos fueron los cuatro años de facultad. Yo empecé a ser un profesional de la comunicación leyendo, escuchando, viendo… y hablando. Hablando, amigos, y escribiendo. Gratis. Hablando a lo largo de muchas, muchas, muchísimas horas de radio. Muchas mañanas, tardes y noches. A veces madrugadas. Miles de fines de semana. Domingos por la mañana después de salir de fiesta. Infinitas horas retransmitiendo en directo, haciendo entrevistas, pergeñando guiones, montando programas de dos horas de duración, o de tres o cuatro, recorriéndome decenas y decenas de campos de fútbol de barrio, o de pueblo. Me he hecho miles de kilómetros por carretera desde antes de tener barba, y muchos de esos kilómetros, o el desgaste del coche de mi padre y luego del mío, han corrido por nuestra cuenta. Coches propios y ajenos, autobuses a veces de peñistas (no puede haber nada peor en la vida que un viaje con peñistas sin serlo), y mucha maleta con aparatos, y trípodes al hombro para echar una mano al cámara de la tele local, y “vaya mierda que desde aquí no llega bien el chisme este de radiofrecuencia, o llámame y dame retorno de nuevo, Morales, que aquí mi radio no pilla bien la emisora y no sé cuándo me dais paso. Y espera, que cambio la puta antena de sitio”.
Y lo mejor de todo es que, si volviera a nacer, lo repetiría sin pensarlo.
¿400 artículos sin remunerar en Vavel? Por Dios, que se indigne el mundo. Venga, rasguémonos las vestiduras. 1.500 partidos de Preferente, Andaluza, Tercera… he podido hacer. Un año me recorrí media España con el Imperio de juveniles. Y basket, ciclismo, tenis de mesa… informativos, magacines, programas musicales. Espacios de todo tipo, con horarios dispares, contenidos varios. Y muchas horas. Muchas, muchas, muchas horas de mi vida. ¿1.000 retransmisiones en directo? ¿2.000? ¿4.000? No me apetece echar cuentas, pero seguramente en horas dedicadas a los medios, siempre en calidad de colaborador y sin abrocharme un euro, le gano de largo al más indignado y prolífico de Vavel.
Y, oye, ni un reproche tengo a mis ‘explotadores’. Todo lo contrario. Eterno agradecimiento a emisoras como Radio Albolote, una auténtica fábrica de profesionales, una cantera, como otras muchas en España, de las que han salido numerosísimos periodistas que hoy en día han cumplido su sueño, y que cuando eran, éramos, jóvenes, se nutrían de entusiastas como nosotros con ganas de aprender, tirarse al toro, hacerlo mal, mejorar, pasar nervios, volver a intentarlo, hacerlo fatal esta vez y mejorar de nuevo a la siguiente, grabarse en cintas para luego oírlas una y otra vez, sentirse cómodos, o no, vencer la resaca cantando un gol mañanero, renunciar a cosas, fliparlo con el puto micro en la mano. Y sin cobrar. Porque no tocaba. Porque lo que tocaba era fliparlo con el puto micro en la mano.
Una satisfacción (bueno, alguna más), me dio la carrera académica. Saqué matrícula de honor en la optativa ‘Locución Periodística’. Y la razón, ojo, no era disponer de una voz como la de Constantino Romero, o una dicción castellana perfecta y seductora, o unos conocimientos enciclopédicos. No. La obtuve porque tenía horas de vuelo en la mochila, soltura, muchas más tablas que la inmensa mayoría de mis compañeros de promoción. Horas de directo, muchas, y de estudio de grabación. Horas de inversión en el futuro propio desde que tenía… ¿15 años? ¿16? Yo invertí en mi sueño de ser periodista y estoy muy orgulloso de ello. Horas gratis, claro, como las de los ofendidos de Vavel.
Y todo llega. O no. Quizá nunca llegue, porque hay que valer y tener suerte. Pero, sobre todo, hay que intentarlo. Porfiar si verdaderamente es tu pasión.
Echarle horas, muchas. Que son gratis, pero sin serlo.
Estar preparado para cuando se presente el momento. E indignarse menos.